San Gerardo de Dota cómo llegar: santos y señas de un paraíso
Cómo llegar, que comer, y hasta la travesía a las cataratas no apta para inexpertos
San Gerardo de Dota es mágico, y una dicotomía entre lo irreal y lo anhelado en un país donde la mayoría somos ciegos ante tanta belleza.
Esa mañana decidimos no ir en colectivo, así que nuestra burbuja social fue de dos miembros del equipo de El Guardián. Vehículo 4×4, provisiones, abrigo, y el guía satelital en mano para no perdernos.
Nuestra protesta pacífica por el mal servicio de comida nos obligaba a rechazar pasar a cualquier restaurante de camino, entonces tocaba llevar café con leche en termo y sándwiches de mantequilla de maní con mermelada de frutos rojos. Una delicia para cuando picara el gusanillo.
Pasadas las 9 de la mañana nos fuimos, en una mañana afectada por un Empuje frío bajo amenaza de tener lluvia de camino y en el Destino.
¿Cómo llegar?
El Macizo estaba envuelto de un manto de niebla desde la parte baja de El Guarco donde nos acompañó frío, lluvia, y viento.
Nos aprendimos la placa de memoria tras el viaje por largos minutos detrás de un mamulón hasta poder rebasarlo en línea discontinua.
El viento soplaba tan fuerte que el Rav se movía de lado y era necesario sujetar el volante con fuerza no acostumbrada.
Ya para ese momento dos de los cuatro sándwiches de mantequilla de maní y mermelada pasaron a mejor vida ante el apetito voraz de la tripulación. El café con leche mortal mientras calentaba las tripas y las tropas.
El Cerro de la Muerte está más vivo y respiraba a bocanadas grandes con esos «friononones» como dice mi buen amigo Eduardo Vega.
80 kilómetros de viaje terminaron al coronar cerro para tomar a la derecha y entrar en la garganta de la Ballena.
Pasamos de 60/80 kilómetros por hora a compresionar entre tercera y segunda en algunos tramos de una caída vertical fascinante.
La espalda de la enorme mole verde nos protegía del ventolero y comenzó hacer calor. Es indescriptible aquella montaña turquesa frente a nuestros ojos.
Calle de dos carriles y en mal estado retan a cualquier chófer a tener cuidado mayúsculo para no caer al precipicio. Una barda rota nos recuerda el peligro.
Logramos ver las antenas del Cerro Buena Vista sin dificultad en un regalo maravilloso de la naturaleza mientras descendíamos hasta el estómago de la Ballena.
Tantas historias de Stephen King o tantas cintas de Alfred Hitchcock me llevaban a pensar en todo tipo de temores infundados como en Dimensión a lo Desconocido que desaparecieron al llegar al Campamento Cristiano.
San Gerardo de Dota
Llegamos a la entrada de San Gerardo, el cual es parte del Distrito de Copey de Dota, parte del cantón número 17 de San José. La escena era increíble. Aguas cristalinas en descenso por un cauce furioso y cautivador. Era el Río Savegre a su paso por aquel hermoso lugar.
Hacía tanto frío a la sombra que las piedras estaban congeladas, las nalgas dan fe de ello.
Era el principio, pues nuestra intención era llegar a las Cataratas ubicadas a dos kilómetros de distancia.
De camino el primer anzuelo, helados de aguacate. Tocaba averiguar cómo se atrevían a convertir aquel infaltable de cualquier ensalada en un postre. Pagamos mil por el apretado y seguimos de viaje hacia nuestro destino. Hacía bastante calor y un trío corría para darle el toque de spa a toda aquel poblado.
Son siete kilómetros desde la entrada hasta el último hotel en línea recta. Nosotros paramos en la entrada de las Cataratas y a caminar al margen del río. Dejamos el carro al lado de la vía.
Las Cataratas
Hacía mucho calor, así que toca quitarse la primera piel, untarse bloqueador protección 50, gorra, anteojos oscuros, y reducir todo el equipaje a una mochila impermeable en la espalda. Zapatos de trail y camine.
El apretado de aguacate se derretía y con el primer apretón se deshizo en la boca. ¿Qué es esto tan rico? dije mientras no paraba de exprimir la bolsita. Rápidamente desapareció ante el deseo incontrolable de mi gusto.
Caminar por un trillo amplio hasta llegar a una empresa de truchas y de allí a la izquierda.
Un local nos advirtió del peligro de bajar hasta la catarata, debido al mal estado de la infraestructura incluidos pasamanos, escaleras, o puentes colgantes.
El sonido de los pájaros, que mi inexperto oído identifica como Tucancillos Esmeralda, Pavón Negro, u otra especie desconocida para mí, es un hermoso concierto gratuito.
De pronto piedras gigantes atraviesan el sendero, tan grandes como una casa de bien social o en otras hasta dos. Me retan a escalarlas hasta su cresta. Me llama poderosamente la atención la vegetación encima de las rocas. Y me pregunto cómo llegaron aquí, a pesar de ser obvia la respuesta. Esto es un antiguo cañón de un poderoso río que alguna vez lo ocupó todo.
Pura Adrenalina
Dos muchachos juguetean al cruzar un puente, Carolina e Iván. Él la anima a ella a contarnos su experiencia. Son jóvenes, demasiado, y eso vuelve subjetiva su experiencia de que el trayecto es corto.
La advertencia era cierta, casi al llegar a la primera catarata un puente angosto de sólo uno por turno. Debajo corre el agua violenta hasta una pronunciada caída de agua.
Una enorme piedra envuelve el trayecto, y al fotografiarse parece uno hormiga en tapa de dulce. Más abajo un camino empinado para llegar al margen del cauce. Bajar con una cuerda es parte de la aventura para aterrizar entre piedras para dar paso a una cueva natural sencillamente espectacular.
El agua golpea con tantas ganas que parece que la roca romperá en mil pedazos, el ruido ensordecedor viene acompañado por una sensación de quietud absoluta. La Naturaleza manda.
Decidí avanzar un poco para acurrucarme al lado del río cuando ya sus aguas son calmadas, olas que fluyen agotadas por la caída en catarata.
Estamos agotados, ya eran poco más de la una de la tarde. Faltaba la catarata más grande, unos 20 minutos más abajo, cerca de un kilómetro.
La adrenalina bombeaba el corazón, teníamos entre ansiedad por llegar y por salir antes de ser atrapados por un aguacero.
Escalones destartalados, pasamanos de cuerdas, y mucha habilidad para seguir el estrecho camino de barro. Despacio porque precisa, acompañados por la corriente del río al oído.
Acelera las palpitaciones, por momentos agarrar aire para seguir atento para no perderse por un trillo sin señalización. De hecho parece intencional no hacerlo por el peligro que representa.
Escuchamos voces, son otros dos muchachos sonrientes, pero agitados por la travesía. Nos dicen falta poco y ojalá sea cierto.
Descender por escaleras con peldaños destruidos requiere concentración para no resbalar y caer. Sólo falta atravesar un puente y subir una pequeña loma para descender por las escaleras destrozadas hasta la catarata principal.
Usar rápel para llegar a la piedra que da paso a la majestuosa vista de la caída de agua de unos 50 metros.
Quiero tirarme al agua, pero no me animo, el turquesa advierte profundidad, además la catarata golpea con demasiada fuerza y podrían formarse remolinos.
La advertencia es clara. Cada avance del río forma pozas más profundas, nos advirtió un vecino de Corralillo de Cartago que creció por esta zona.
Fotos, videos, mojarse la cara, y volver atrás antes de que se cierre el cielo que despejado brilla con un sol radiante.
Estamos a 2 mil metros y pico sobre el nivel del mar. Seguir adelante nos permitiría llegar a Quepos por un trayecto donde sería necesario usar cuerdas y mucha técnica. Será para otra ocasión.
Delicioso menú, en dólares
El regreso es más fácil, pues nuestro cerebro ya dibujó un mapa por lo que reconocer objetos nos permite volver con un sentido de atravesar una ruta más cercana.
Al regresar, una hora después, cerca de las 3:30 pm, ya el sándwich desapareció, hay que escoger entre tres restaurantes. Escogimos Alma del Árbol, menú sencillo, todo en dólares, pero precio justo. Eso sí, el precio nunca será el mismo porque sube de acuerdo al incremento diario.
La mesera, encantadora, nos contó el significado de vivir en el paraíso, de la dificultad para salir porque no hay bus, y el pirata cobra ocho mil por sacarlo a la carretera interamericana. Ella nació en Cartago pero su domicilio es en San Gerardo.
El paraíso para un mortal se vuelve nada por culpa de la monotonía, y en ella se le nota que ya se sabe el chiste completo.
Hamburguesa, sopa de tomate, pizza de tres carnes, chocolate de paleta, acompañado de bowl de trucha y verduras, así como dos tortillas con queso para llevar. 47 mil colones bien pagados.
Quiero más
Toca regresar y huir del paraíso para no perder el deseo de volver en algún momento. De hecho llama la atención dos casas en venta en muy mal estado. Seña de que en los seres humanos hasta lo bonito cansa.
Me voy hambriento de más aventuras, orgulloso de mí país, enamorado de San Gerardo de Dota, que por cierto no tiene salida a Desamparados.
En mi casa solo queda el sabor de boca por las cerezas que le compré a un amable vendedor a la entrada de uno de los hoteles, Don Godofred Rojas Bonilla.
Esa es la cereza en el pastel de ese viaje que juro retomaré en algún momento de mi vida hasta caer a Quepos por allí. Ojalá me puedas acompañar.