Los ticos en el extranjero, la navidad, y el Covid

Los ticos en el extranjero, la Navidad, y el Covid una combinación muy particular. Éste artículo de nuestra colaboradora Gabriela Castro nos da un relato muy cercano y cálido.

Tico que se respeta ahorra agua

Y llegó la Navidad. Solo que esta vez llegó disfrazada de un atuendo sobrio llamado COVID. Y a pesar de que la vida y el tiempo siguen transcurriendo indiscriminadamente, nos toca hacer cambios y excepciones, nos toca enfrentar miedos y ajustar nuestro lente con el cual vemos la vida.

A nosotros los que nos toca vivir la navidad en el extranjero, siempre nos toca vivirla en una dimensión desconocida… una coyuntura de culturas: nos toca combinar comidas, cambiar nuestro estilo de vida para estar en familia, o arreglárnosla para trasladarnos.

Esta pista de obstáculos ahora tiene el adicional reto de una pandemia que nos aísla socialmente. Cada quien se las arregla para asumir responsabilidad social y para tener sentido común de una manera balaceada y con medida.

A nosotros, la familia Reyes Castro, nos toca hacernos exámenes de coronavirus para poder vernos con el resto de la familia: unos en Nueva York, otros en Tiquicia, y otros aquí en Florida, equitativamente a hacernos exámenes.

Luego de investigar al respecto y de ver las medidas tomadas en aeropuertos y vuelos, decidimos vernos. Para los que viajaban les tocó vencer el miedo de la paranoia mundial asociada con el riesgo de contagio, y tomar otras medidas de salud en el vuelo que abordaron: nada de comidas, procurar lavarse las manos seguido, andar alcohol en gel, y utilizar una mascarilla adecuada.

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Lógicamente, el riesgo de contagio es mayor que el de aislarse, pero el ser humano puede ser suficientemente responsable como para protegerse y disfrutar al mismo tiempo (si no fuera el caso, las compañías que producen métodos anticonceptivos hubieran quebrado).

Sin duda es complicado lidiar con toda la dinámica familiar durante los festejos de fin de año (particularmente sin los toros), pero todos sabemos que al final del día vale la pena con tal de vivir intencionalmente.

Este año hay mal de patria, así que decidimos hacernos unos tamales navideños en vez del tradicional pavo norteamericano.

Lógico que nunca en la vida siquiera habíamos intentado llevar a cabo semejante tarea. Nunca habíamos tratado de utilizar la masa para algo que no fueran empanadas. No teníamos idea de una receta decente que garantizara un buen resultado, y para peores, las alergias dietéticas se dieron gusto en la familia, así que esos tamales había que hacerlos con precisión quirúrgica. Encontramos una receta en inglés que estaba escrita para el típico gringo que no sabe que “Mamá amasa la masa”. Comenzamos por visitar una tal tienda mexicana que tiene una sección de comida tica aquí en Orlando.

Mi hermano Newyorkino casi se lleva la tienda completa… y con toda la razón. Cuanto antojo nocivo para la salud se encontraba, lo compraba. Al llegar a la casa mi madre, la cual no le tiene miedo a hacer un desastre en la cocina y volverlo a limpiar, empezó con el pollo (si, pollo, porque el cerdo nos cae de patada) y a hervir los chiles y zanahorias… total esto de los tamales es como hacer sopa y luego meter los sobros en una masa para que aguante en el estómago.

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La línea de ensamblaje coincidentemente se llenó de varones, los cuales discutían entre ellos la mejor manera de empacar el tamal.

Los nudos fueron un fracaso, pero mi hermano menor resultó ser una máquina de hacer tamales… le daba y le daba con el mismo esmero que le pone para terminar una presentación para uno de sus clientes.

Eventualmente terminamos, y yo me dediqué a cocinar tandas de tamales en mis diferentes ollas (porque, ¿quién tiene una olla de doñita, para cocinar semejante manjar?).

Me sentí tica, así que me puse a ver una novela en español (al estilo Mary Christmas, solo me faltaba la plancha y cantar desafinadamente).

Aparentemente los ticos carecemos de drama televisivo, así que no me quedó de otra que ver una novela mexicana… uno empieza burlándose, pero termina quemando la olla (¡que adictiva que es esa carambada!).

Fuimos comiendo a una hora decente y con Salsa Lizano, cortesía de mi madre que nos visitó. Independientemente de cómo quedó la olla, logramos nuestro objetivo: tener normalidad en una época en la que ser cotidiano es una tarea inalcanzable.

Todos convivimos en familia, logramos tomarnos el selfie del 24 de diciembre, comer, reírnos y pasarla bien. Verán, esto del coronavirus es un asunto de responsabilidad personal y no de cuantas leyes pase un gobierno para evitar contagios.

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¿Comería yo con mis hermanos si no estuviéramos viviendo temporalmente juntos? Posiblemente este año no, pero nos reuniríamos para celebrar responsablemente.

¿Nos da cólera ver a gente sin mascarilla diciendo que no pasa nada? Claro que sí, hay que ser bien ignorante para pensar que no pasa nada… pero también para creer que la humanidad no ha pasado por esto antes.

Así que, si no se puede cenar, salgan al parque o a la playa. Usen mascarilla, ríanse juntos, pero lávense las manos. Cuiden a sus viejitos.

No crean todo lo que les dicen, pero tampoco ignoren todo lo que les dicen. Nosotros, aquí en Orlando, lo único que nos faltó fue piratear canal 6 o 7 para ver las corridas, pero dudo mucho que el toro tratara de dejar con mascarilla a sus víctimas, así como tampoco creo que el Coronavirus solo anda en la gradería del redondel y después de las 6 p.m.

Especial de Gabriela Castro para El Guardián desde Orlando, Estados Unidos. Fotos de Esteban Chinchilla.

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