Alison y Tiquicia: el por qué de un femicidio
Artículo de opinión de Gabriela Castro. 11 de setiembre del 2020.
Muchos nos preguntamos el por qué del evento tan terrible y desgarrador de Alison Bonilla y su agresor. Ponemos filtros en nuestras fotos para solidarizar, conversamos en redes sociales y entre conocidos de la terrible situación. Pero, ¿qué hacemos ahora como cultura? ¿qué estamos haciendo mal? ¿Será acaso que no hemos entendido a convivir entre géneros?
Hace poco tiempo, al obtener una certificación para voluntariado contra el tráfico humano de personas, aprendí el proceso que conlleva a muchas personas a perpetuar hechos similares una y otra vez.
Es un ciclo, tan claro y predecible como que el sol sale en la mañana, hay una línea de tiempo y una serie de decisiones que llevan a un hombre a convertirse en enfermo sexual, en monstruo.
De acuerdo a profesionales en la materia, todo empieza con la pornografía. La pornografia deja implantada una serie de deseos que conllevan a una adicción. Y como toda adicción, eventualmente no es suficiente con lo que se tiene, sino que se necesita más.
Para muchos individuos esta parte es polémica: ¡que exagerados, no todos somos así! ¡yo tengo videos de desnudos y usted no me ve buscando nada más! ¡Ver un video no le hace daño a nadie! Pero ese no es el caso.
De acuerdo a la Oficina de Crimen y Drogas de las Naciones Unidas, en Costa Rica 1 de cada 1000 personas son traficadas sexualmente[1] (dato del 2017), y esto tiene su origen en parte en la pornografia.
En Estados Unidos, hay reportes de disfunción eréctil en edades tan tempranas como los 12 años con un denominador en común: en muchos de los casos hay adicción pornográfica como causa primordial de este padecimiento.
Y de repente el individuo quiere más. No es suficiente con la pornografía, ahora la violencia debe ser parte de la ecuación. Ya para este punto no hay sexualidad sin paga que quiera, en voluntad propia, ejecutar los actos atroces que el individuo ve apetecibles.
Este ambiente cinematográfico empieza inequívocamente a no ser suficiente. Ahora resulta que el individuo necesita que la víctima sea más joven… y más joven… y más joven. Y como cualquier droga ilícita, que nos duerme los sentidos hasta hacer cualquier cosa por sentir de nuevo sus efectos, ahora resulta que ver no es suficiente, ahora hay que sentirlo. Y va igual, hasta que abogados terminan en la cárcel por posesión de pornografía infantil, y personas disque estimables terminan en la cárcel por prostitución de menores.
Y así es el ciclo de la violencia. Es la adicción al poder. Es la imposibilidad de aceptar un no, que termina en tomar posesión de lo que no le pertenece. Así mueren miles de mujeres y niños en el mundo.
Así murió Allison, pero se necesita una sociedad que le refuerce el hecho al abusador. Una persona que lleva a cabo un acto de esta magnitud debe estar rodeado de una comunidad que le refuerza su idea de poder y recelo.
Cada vez que nos reímos de esas bromas machistas, cada vez que reforzamos estereotipos de poder, cuando decimos: “se lo buscaba, con esa ropa”, o “quien la tiene en ese lugar”. Cada vez que le echamos la culpa a la víctima, somos cómplices de quitarle la culpa al abusivo, el que siempre, en su irresponsabilidad, culpa hasta de sus propios sentimientos a otras personas.
Si somos padres y no le enseñamos a nuestros hijos a corregirse, a que no pueden tener todo lo que quieren, a que las personas no son juguetes. El típico berrinche que hay que aplacar porque “pobrecito”.
¡La culpa es nuestra en el momento en que somos cómplices de aquello! Y si uno se pone serio: “¡Que exagerada, solo estamos pasándola bien!” y si uno dice algo “¡pero que mala gente!”.
Recuerdo una fiesta en la que posiblemente yo era la menor de los adultos. Estábamos todos conversando y bromeando cuando de repente sale la broma machista, todo esto mientras el marido le dice a su mujer que tiene sed que le traiga algo (y ella, estando tan sentada como él, se levanta y le hace caso), y así fue, todos riéndose, mujeres y hombres parejo, algunos pensando en que eso es humor, otros riéndose sin pensar, y otros por nervios del que dirán.
La culpa es de aquellos que no se responsabilizan de sus actos. Recuerdo un caso de hostigamiento sexual en el que mi doctor abusó de su posición de autoridad y procedió a tocarme inapropiadamente.
En esos tiempos vivía en Escazú. Yo, teniendo fe en la humanidad, puse la denuncia en el hospital, y pensé que iban a hacer algo al respecto. ¡Qué equivocada estaba! Días después me llega un correo en el que me explican que, aunque eso pasó en el área física del hospital, ellos no pueden hacer nada al respecto porque era un consultorio privado.
Ya para entonces era veterana en el acoso sexual (tantas situaciones lo dejan a uno entendiendo como manejar el problema), y empecé a contarle a cuanta persona conocía de lo que me había pasado (a diferencia de veces anteriores, en las que “calladita mas bonita”). Y así me di cuenta que el doctor tenía ya reputación de agresor… “las visitadoras médicas ya sabemos que a ese consultorio no entramos solas”, me dijeron. “A mí también me hizo lo mismo, pero yo no quiero decir nada para no meterme en un enredo”, me dijeron otras personas. No las juzgo, en Costa Rica poner una denuncia involucra dejar su información personal a vista y paciencia de quien quiera aprendérsela de memoria y “visitarla”. “Mejor no denuncie, le pueden hacer un daño” me dijo un policía.
Y así pasan las cosas, nada de sorpresas, sino generaciones de adoctrinación a favor de aquel que asegura tener el derecho de tomar lo que quiera, y a quien quiera. No podemos decir que no sabíamos que esto iba a pasar, todos vemos las noticias, y la cantidad exorbitante de femicidios. Todos vemos como salen libres los culpables. Todas sabemos que no estamos a salvo, por más que digan aquellos héroes, en su propio machismo, “yo la cuido”. Como si necesitáramos guarda espaldas obligatorio para poder ser personas.
¿Quiere hacer la diferencia? Enséñele a sus hijos a que, si tienen hambre deben cocinar. O como sucedió en la fiesta explicada anteriormente, si tiene sed, búsquese algo que usted es responsable de su propio cuerpo. Enséñeles a que, si dijo no, hay consecuencias consistentes.
Si trabaja en justicia, nadie se beneficia de que usted deje salir al agresor con el optimismo de que se va a portar bien porque no ha hecho nada anteriormente. “De por sí que no hay campo en las cárceles y no hay que hacer más porque no son buenas para los reos”, dicen. Las víctimas deberíamos tener más derechos que los agresores. Si tiene dinero, done. Si tiene tiempo, involúcrese, que con hablar no para un agresor.
[1] Organización para las Naciones Unidas, Sección de Crimen y Drogas, censo mundial del 2017, https://dataunodc.un.org/data/crime/sexual-exploitation.